viernes, 13 de junio de 2014

El Modernismo en Valencia. Primeras pinceladas.

Esta semana nos hemos querido marcar un recorrido artístico-monumental por el centro de la ciudad para mostraros algunos de los hitos de la arquitectura modernista que pueblan la ciudad de Valencia. Muchas veces nos paseamos sin mirar hacia los lados o hacia arriba, pero si nos paramos un minuto a observar esas mismas calles por donde nos movemos habitualmente, nos daremos cuenta de que en ellas hay magníficos edificios. Aunque en Valencia abundan más las construcciones racionalistas, más propias del segundo tercio del siglo XX y de las que os hablaremos en otra ocasión, no obstante puede presumir de tener una más que interesante selección de edificios modernistas que no por formar parte de nuestra cotidianidad, nos aburren o dejan de maravillar. Siempre ofrecen nuevos matices, perspectivas sorprendentes, detalles redescubiertos que nos recuerdan por qué son tan especiales. Aquí os dejamos algunos de nuestros favoritos, pero hay más, así que permaneced atentos.


Estación del Norte

Construida por Demetrio Ribes, uno de los arquitectos valencianos más importantes de principios del siglo pasado, la Estación del Norte es uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Situada en pleno centro, a escasos minutos a pie del Ayuntamiento, la Estación del Norte es, junto con el Mercado Central, uno de los iconos modernistas de Valencia. Su fachada central, que domina la calle Xàtiva, atrae las miradas de turistas, pasajeros recién desembarcados o a punto de tomar el tren y de viandantes en general. La sobriedad de su concepción geométrica, únicamente alterada por la colocación estratégica de elementos decorativos como las naranjas, los escudos o las estrellas rojas, hacen de este edificio un magnífico monumento que nos retrotrae hasta el esplendor de una época y el poderío de una empresa: la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España. El águila, símbolo de la velocidad, con las alas extendidas sobre el reloj, se recorta imponente contra un cielo casi siempre azul. En el impresionante vestíbulo de techos profusamente decorados con adornos vegetales en mayólica y vigas de madera, varios mosaicos desean "Buen viaje" al viajero en múltiples idiomas. Más allá, se extiende la amplísima y luminosa galería, cuya estructura de hierro abovedada da cobijo en la actualidad a los trenes de cercanías y regionales. El hierro y el hormigón armado que constituyen las materias primas de esta estación quedan aligerados mediante la riqueza de su decoración cerámica, sus forjados, sus vidrieras y sus revestimientos de madera. Pocas estaciones son capaces de recibir al viajero con tan gran despliegue de belleza, tanto si es la primera vez que pisa Valencia como si acude a diario a trabajar o a estudiar.

Fachada principal en la calle Xàtiva. 

Reloj en la zona de andenes. 

Detalle de los mosaicos del vestíbulo. 

Vista de las taquillas. 

Reloj del vestíbulo. 

Sala de los mosaicos. 

Detalle de uno de los mosaicos de dicha sala. 

Techo de la sala de los mosaicos.

Vista del vestíbulo desde la sala de los mosaicos. 

Cuerpo central de la fachada presidido por el reloj y el águila. 

Edificio de Correos
Hoy conocido simplemente como Correos, el Palacio de Comunicaciones, cuya construcción se inició en 1913, es obra del arquitecto zaragozano Miguel Ángel Navarro. Fantástico ejemplo de la arquitectura de la época, compite con el Ayuntamiento, que se encuentra justo enfrente, en magnificencia y elegancia. El cuerpo central de la fachada sobresale con respecto a los laterales. La escalinata de acceso al vestíbulo, con su techo de casetones de madera, aparece así enmarcada por dos pares de columnas sobre las que se alza un arco de medio punto. En su interior cinco figuras que representan a los continentes y el escudo tallado en piedra de la ciudad. Destacan también las dos cúpulas azuladas con guirnaldas doradas en contraste con la blancura de la fachada y las esculturas aladas que portan los mensajes. Una vez dentro, sorprende la gran claraboya de hierro y vidrio sobre el espacio oval donde la gente aguarda para enviar o recoger su correo. Y lo que más nos gusta de todo, la réplica de la torre de telecomunicaciones que remata el edificio, una estructura metálica de 30 metros de altura con una bella escalera de caracol y un astrolabio esférico por cuyo entramado se cuelan los rayos de sol.

Vista de la fachada principal. 

Primer plano de la parte superior de la fachada con la torre de telégrafos.

La bellísima torre de telégrafos con la esfera armilar y la escalera de caracol. 

Alegoría de los continentes en el frontón. 

Interior de la magnífica claraboya central.

Detalle de la claraboya. Pieza central con el escudo de la ciudad y un sobre alado. 

Arcos del salón elíptico donde se hallan los mostradores de atención. 


Lámpara en el vestíbulo. 

Detalle de los casetones en el techo del vestíbulo. 

El edificio bañado por la luz del atardecer. Foto cortesía de Alejandro Simó. 


Mercado de Colón
Entre las calles Cirilo Amorós, Conde Salvatierra y Jorge Juan, se alza este mercado, inaugurado en la Nochebuena del año 1916. Obra del entonces arquitecto municipal, el saguntino Francisco Mora, en él se aprecia claramente la influencia del modernismo catalán encabezado por Gaudí, Puig i Cadafalch o Domènech i Muntaner. La espectacular edificación, que fue restaurada y revalorizada con nuevos comercios a principios de la década del 2000, se extiende sobre una superficie de más de 4.000 m2 y hoy, después de que los puestos originales fueran desapareciendo, alberga lujosas cafeterías, una horchatería y coloridas floristerías. La gran nave longitudinal con tres cuerpos y bóveda metálica, realizada por Demetrio Ribes, aunque abierta en los laterales, queda acotada por dos fachadas monumentales de ladrillo con dos gigantescos arcos ojivales ricamente adornados. Las formas orgánicas recubiertas de colorista cerámica vitrificada, sus columnas de fundición de hierro, los mosaicos de las fachadas y el vidrio se unen para crear un conjunto artístico de gran valor; de hecho, fue declarado Monumento Nacional. La visión de sus chimeneas con el remate cerámico, sus fantásticas representaciones de los productos animales y vegetales que se podían adquirir en el mercado original (desde vacas y cerdos a peras y plátanos pasando por cangrejos y anguilas) o la magnífica verja de forja que delimita su perímetro, hacen de esta construcción un enclave de visita obligada para los apasionados de la arquitectura.

Fachada sobre la calle Conde Salvatierra. 

Floristerías bajo las marquesinas orgánicas. 

Detalle de la fachada desde la verja de acceso. 

Fachada flanqueada por torreones. 

El escudo de la ciudad y decoración que evoca a Gaudí. 

Detalle de uno de los cupulines que rematan las chimeneas de las dos fachadas principales. 

Decoración cerámica de una de las equinas. 

La floristería desde el interior del mercado. 

Vista general de la nave central. 

Fachada de la calle Jorge Juan. 

Decoración de las bóvedas del acceso de la calle Jorge Juan. 

Uno de los elementos ornamentales inspirados en los productos que se vendían en el mercado. 

Decoración cerámica. 

Picado de la fachada de la calle Jorge Juan. 

El acceso de la calle Jorge Juan. A los lados se aprecia la preciosa verja exterior que delimita el perímetro del mercado. 

Iconografía valenciana. 

El omnipresente escudo de la ciudad. 


Muro de ladrillo en las esquinas del perímetro. 

Casa de los Dragones
A tiro de piedra del Mercado de Colón, en el chaflán donde confluyen las calles Jorge Juan y Sorní, se encuentra esta construcción, mucho menos conocida, pero tremendamente peculiar. Este bloque de viviendas, ejecutado en 1901, es fruto de la imaginación desbordada del arquitecto valenciano José Manuel Cortina Pérez. Consta de tres alturas más un entresuelo, tal como mandaban las ordenanzas de la época, pero lo que llama la atención es la particular ornamentación de la fachada, en un estilo que se ha denominado "medievalismo fantástico". Recibe su nombre de los dragones que pueblan la fachada. Al lado de estos seres mitológicos, mezcla de humano, reptil y enredadera, hay columnas voladas en las que se enroscan guirnaldas vegetales, estrellas e incluso una locomotora con alas. Sobre la fachada, donde se alterna el color crema con el rojo del caravista, destaca también el bello forjado de los balcones. Una pequeña joya modernista en uno de los rincones más cautivadores del ensanche.

Fachada principal. 

Los famosos dragones de los que toma su nombre. 

La ornamentación es pura fantasía medieval. 

Lateral del edificio. 

Mercado Central
Uno de los monumentos icónicos de Valencia y uno de los más bellos ejemplos del modernismo en nuestro país es el Mercado Central. En un enclave privilegiado, en el corazón mismo de la ciudad, esta construcción con sus distintivas cúpulas y su veleta con forma de cotorra se alza en el emplazamiento del antiguo mercado al aire libre, el Mercado Nuevo. Sus arquitectos fueron Alejandro Soler March y Francisco Guardia Vidal, formados en Barcelona con colaboradores de Domènech i Montaner, presentaron el proyecto definitivo en 1914. La obra la concluirían 14 años después, en 1928, los arquitectos Enrique Viedma y Ángel Romaní. Es difícil elegir uno entre todos los elementos que hacen del Mercado Central un edificio único y hermoso. Quizá sean las cúpulas de hierro y cristal, la central tan impactante como la de cualquier catedral barroca, quizá los vistosos adornos cerámicos que recubren su exterior o los exquisitos forjados que coronan las arcadas o las archifamosas veletas, la ya mencionada de la cotorra y la del pez. O puede que sea su inmensidad, ya que abarca una superficie de más de 8.000 metros cuadrados y su cúpula central se levanta a 30 metros del suelo. O la luz natural que se vierte a raudales sobre las calles donde se disponen los puestos. Por eso es uno de los monumentos más visitados de la ciudad. Su magnificencia convierte el rutinario trámite de hacer la compra en toda una experiencia estética. 


Entrada principal frente a la Lonja. 

Detalle de la fachada principal. La arcada y el rosetón, como si de una catedral gótica se tratase. 

Fabuloso trabajo de forja. 

Una de las entradas laterales. En lo alto de la cúpula se aprecia la veleta de la cotorra. 

A través de la estructura de hierro y vidrio fluye la luz natural a raudales.

Picado en el que puede apreciarse lo exquisito de la forja. 

Uno de los puestos exteriores. 

Detalle del bonito zócalo cerámico. 

Puestos exteriores que con sus productos llenan de color las alas del mercado. 


La gran cúpula central que evoca los duomos renacentistas italianos. 

Fachada que recae a la plaza de Brujas al atardecer. 

Casa Ordeig
Desde 1907, la Casa Ordeig se asoma a una de las esquinas del Mercado Central. Fue diseñada por el arquitecto Francisco Mora Berenguer en un estilo neogótico, con abundantes detalles que encuentran inspiración directa en la vecina Lonja de la Seda. La cara del edificio que recae sobre la plaza del Mercado, de lejos, parece una torre exenta que, con su altura de tres pisos, sobresale majestuosa sobre las construcciones colindantes. Hay que doblar por la angosta calle Ramilletes para poder contemplar el resto de la magnífica fachada y la entrada principal, con un impresionante portón de madera tallada y forja. La decoración recoge elementos florales y frutas, como representación de la fértil huerta valenciana, pero también motivos góticos, aunque pasados por un tamiz eclecticista: arcos apuntados, fantásticos leones de anatomía reptilínea o ventanas globuladas. Cabe destacar también sus balcones de forja sobre azulejos blancos y azules. Actualmente, las tres viviendas de que dispone se hallan ocupadas, así como los bajos comerciales.

Vista general de la fachada principal que mira a la plaza del Mercado. 

Detalle de los ventanas globuladas y decoración floral. 

Parte superior del torreón elegantemente decorado. 

Fachada de la calle Ramilletes donde se aprecian la forja de los balcones y los azulejos blancos y azules. 

Relieve de un león que recuerda a un dragón o a una quimera. 

La puerta de acceso en la calle Ramilletes. 

Señorial ventana ricamente ornamentada. 

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